La farsa detrás de la guerra contra el narco

Por Gilberto López y Rivas | El libro de Nancy Flores Nández La farsa detrás de la guerra contra el narco (México, Editorial Océano, 2012) es de dolorosa actualidad. Su título presenta una hipótesis que ha venido comprobándose en estos años de una cruenta guerra que la autora sostiene que algún día será juzgada como un holocausto de pobres. La farsa consiste en encubrir la verdadera finalidad de una estrategia que en realidad ha incrementado el tráfico y el consumo de drogas y que, como señala en el prólogo José Luis Sierra: las organizaciones criminales mexicanas se han fortalecido en número, capacidad de fuego, poder corruptor, extensión territorial y dominio social.

Periodista de investigación, Nancy Flores demuestra en su valiente texto, escrito con base en información obtenida de fuentes oficiales, que detrás de las declaraciones oficiales se oculta un gobierno represivo, basado en la utilización de las fuerzas armadas. Se evidencia también el carácter contrainsurgente de una guerra social cuya estrategia ha sido impuesta por Estados Unidos, a partir de la cual ha profundizado su injerencia en las fuerzas armadas, en los organismos de seguridad y de inteligencia mexicanos, a la par que se beneficia de la venta de armas y del lavado de dinero de los cárteles en los circuitos financieros internacionales.

En la primera parte de la obra se contrastan los discursos oficiales con los datos en materia de los enemigos públicos, esto es, capos buscados, capturados, encarcelados y liberados, frente a la realidad de los consignados; se pasa revista a los cárteles que operan en el país y más allá de sus fronteras; se tipifican los delitos y se denuncia la impunidad reinante debido a la extendida corrupción; se estudia el papel del crimen organizado mexicano en el negocio global, una de las tres más poderosas mafias internacionales, y se culmina destacando la industria del lavado y las complicidades del sistema financiero. En la segunda parte se presentan los costos humanos y económicos de esta nueva versión de guerra sucia, con sus crímenes de Estado, paramilitares, caravanas de la muerte, ejecuciones a cargo de las fuerzas armadas; se exhiben los gastos destinados a la nueva carrera armamentista, la importación y difusión de las armas, los civiles y el mercado negro, para culminar en lo que Flores denomina el ejército de pobres para el crimen, los jóvenes y su calvario, las formas de intoxicación, el papel de las drogas en la despolitización y, por último, la tragedia de los niños y el narco. En la tercera parte se identifica al promotor de la guerra, esto es, nuestro buen vecino, y se analizan los delitos cometidos por Estados Unidos, la cooperación con los cárteles, la agenda estadunidense y la complicidad de las autoridades mexicanas. El epílogo trata sobre los sucesores de Colombia y el experimento del miedo que es México, mientras los anexos despliegan un listado de los defensores, activistas, luchadores y líderes sociales asesinados, de los periodistas ejecutados, así como de los asesinatos políticos. Los datos brindados desde la introducción son irrefutables: “de los miles de detenidos por delincuencia organizada en el marco de la estrategia, sólo son muy pocos los consignados por delitos contra la salud y lavado de dinero.

En los años de la guerra, ninguna red de protección en el sector empresarial, en el circuito financiero y en el gobierno ha sido investigada o desmantelada… Consultoras de seguridad estiman que al menos unos 500 mil mexicanos están vinculados a los cárteles.

Son muy significativas las tesis que se exponen sobre la impunidad, la cual llega hasta 90 por ciento en delitos como el secuestro. Se cita al jurista Liugi Ferrajoli, quien vincula el fracaso de las democracias en todo el mundo con el triunfo de la ilegalidad, la quiebra del estado de derecho y la violación sistemática de las constituciones nacionales, a partir de un análisis de lo que él llama criminalidad del poder, la cual se expresa de tres maneras: la primera es la criminalidad de la delincuencia organizada en todos los niveles. La segunda es la criminalidad que se da en los grandes enclaves económicos y que se presenta con tres rasgos: la complicidad con la delincuencia organizada y con los centros de poder político, la apropiación de los recursos naturales y la devastación del ambiente. La tercera es la criminalidad del poder, que actúa desde las estructuras del Estado que entran en el terreno de la llamada guerra sucia: desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias, torturas y homicidios, crímenes contra periodistas y comunicadores. Es la colusión de estas tres formas de criminalidad del poder la que explica la extensión de la ilegalidad y que hace posible la impunidad.