Cinco de junio: ¿PRI vs. PRI?

Por Pascal Beltrán del Río | El pensamiento políticamente correcto suele buscar respuestas en blanco y negro a los dilemas.

Escribí en este espacio, la semana pasada, que debe haber muchas razones, no una sola, por las que los votantes propinaron una derrota al PRI en siete de las 12 elecciones de gobernador el 5 de junio.

Expuse que, a mi parecer, hubo una dosis de voto de castigo —tanto contra el gobierno federal como contra algunos gobiernos estatales—, pero que ese voto no alcanza a explicar lo sucedido.

Un día después, diferentes personajes dentro del PRI argumentaron que su partido había sido víctima de la decisión del presidente Enrique Peña Nieto de impulsar una iniciativa de reforma constitucional a favor del reconocimiento  del matrimonio entre personas del mismo sexo.

Algunos de mis colegas de los medios reaccionaron con una mezcla de incredulidad y enojo ante la denuncia que, en ese sentido, hicieron pública Francisco Labastida y otros priistas.

Les parecía que, con ese argumento, éstos pretendían hacer a un lado el mal humor ciudadano contra la corrupción y la inseguridad como motivación para votar contra el partido del gobierno.

El suyo —lo digo con respeto— me parece un alegato más ideológico que periodístico.

Tan es posible que la iniciativa impulsada por Peña Nieto afectó al PRI que, en los siguientes días, surgieron diferentes evidencias al respecto, desde los dichos del candidato panista en Aguascalientes hasta el activismo de la jerarquía eclesiástica en las semanas previas a las votaciones.

El error que cometen algunos colegas y analistas es pensar que todo México ve las cosas como se ven desde la capital, cuando este país es un crisol.

Puede juzgarse como condenable que en otras partes de la República exista una perspectiva mayoritaria distinta sobre las relaciones personales de la que predomina en la Ciudad de México, pero antes de denunciar algo hay que admitir que existe.

Otra cosa que valdría la pena admitir es que algunas de las derrotas que sufrió el PRI ocurrieron a manos de candidatos surgidos del mismo partido.

¿Eso significa que la alternancia en estados como Quintana Roo, Veracruz y Durango se dio a medias? No me atrevería aún a decir que sí, pero habría que voltear a ver los casos de Sinaloa y Oaxaca, donde, pese a la derrota del PRI en las urnas hace seis años, no sólo no ocurrió un cambio fundamental en esos estados, sino que el partido tricolor recuperó el poder.

Más aun, hay estados, como Durango, donde empiezan a surgir evidencias de que el PRI fue torpedeado desde su propio seno.

Ahí, el PRI se dividió por el nombramiento de Esteban Villegas Villarreal como candidato a gobernador, quien tenía el apoyo del actual mandatario estatal, Jorge Herrera Caldera.

Hace unos meses escribí que el PRI estaba dejando que en algunos estados el gobernador pusiera a su delfín porque el partido no quería que se repitieran casos como el de Colima, donde el mandatario en turno la agarró contra el candidato priista, al punto de lograr la anulación de los comicios.

Pero resulta que en Durango la senadora Leticia Herrera Ale, quien perdió la nominación, pidió ser candidata a alcaldesa de Gómez Palacio. Y, desde ese importante municipio lagunero, se operó contra Villegas y a favor del opositor José Rosas Aispuro.

Tanto Herrera Ale como Rosas Aispuro ganaron su elección. Y lo interesante fue que hubo más de 30 mil votos cruzados en Gómez Palacio (Herrera Ale para presidenta municipal y Rosas Aispuro para gobernador), que resultaron suficientes para que el PRI perdiera por primera vez la gubernatura de Durango. Pero, ¿realmente perdió el PRI o perdió el grupo político de Herrera Caldera y se impuso el del exgobernadorÁngel Sergio Guerrero Mier?

No es fácil explicar los resultados electorales del domingo 5. Hay que hacer un trabajo estado por estado y, de entrada, no descartar hipótesis. Menos cuando parecen tener algún sustento.

(Aut. LG)