Atlantropa, el insólito plan para drenar el Mediterráneo y crear un supercontinente

Cuando Philip K. Dick publicó en 1962 The Man in the High Castle nos mostraba un mundo alternativo dividido en tres partes dominado por las fuerzas del Eje tras la derrota de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Un escenario donde el Mediterráneo había sido drenado. Un plan que pudo ser una realidad.

La novela de Dick (y posteriormente la serie con el mismo nombre) no fue la primera obra de ficción que trataba sobre una versión alternativa del mundo a raíz de la guerra, pero es posible que sí haya sido la que más se acercó a una parte de la historia que estuvo a punto de convertirse en realidad.

Ocurrió poco después de la Primera Guerra Mundial, bajo un escenario de desolación y pobreza donde las propuestas, por muy surrealistas que pudieran parecer, siempre tenían a alguien dispuesto a escuchar cantos de sirena sobre una nueva fórmula que enriqueciera al hombre.

Se partía de una premisa tan estrambótica como inverosímil: ¿Y si montamos un supercontinente y tiramos por el desagüe el Mediterráneo?

El germen de un plan increíble

Primera Guerra Mundial. Wikimedia Commons

A principios de 1920 la situación en Europa era desalentadora. Acababa de terminar la Primera Guerra Mundial y tras la firma del Tratado de Versalles comenzaron a producirse una serie de cambios profundos en las sociedades. Para empezar surgía un nuevo orden político. Tras la guerra, los pueblos coloniales comenzaron a cuestionar sus lazos con la metrópoli, lo que se traducía en la exigencia de mejoras de su situación. Casi al unísono se sumaba el ascenso de los nacionalismos, la vieja Europa perdía influencia en las colonias y Estados Unidos y Japón tenían un papel cada vez más destacado en la escena internacional.

En segundo lugar se dio una profunda transformación social. La diferencia entre ricos y pobres era más acuciada que antes de la guerra. Al empobrecimiento de los pequeños ahorradores y asalariados por la inflación se sumaron otros cambios sociales de tipo político, ascendían conceptos como el liberalismo, el fascismo o el comunismo.

Y en tercer lugar las consecuencias tecnológicas. Si algo ha quedado claro tras cada una de las grandes guerras del siglo XX es que el avance de la tecnología tenía dos caras, y una es terrorífica como abanderada de los instrumentos y técnicas de guerra. Pero es que además hablamos del final de la Segunda Revolución Industrial y de un nuevo cambio de modelo económico.

En este clima los europeos temían el futuro como un lugar oscuro y opresivo. A pesar de la pérdida de más de cinco millones de europeos en la Gran Guerra, la región todavía estaba plagada de las enfermedades sociales que habían llevado al conflicto. Los ciudadanos fueron desajustados a la edad industrial y los profundos cambios en el trabajo que engendró el nuevo orden.

U-155 exhibido en Londres tras el final de la guerra. Wikimedia Commons

Y por si todo ello no fuera suficiente, tanto los eruditos y grandes pensadores de la época como los adivinos y profetas de su tiempo se habían puesto de acuerdo en postular que las economías fundentes del mundo se congelarían en dos grandes bloques económicos. Por un lado las Américas, quienes se unificarían en todo un superestado rico del oeste. En frente, al este, tendría lugar una nueva superpotencia panasiática.

Y entre medias quedaría la vieja Europa, aislada económicamente y con su cada vez más limitada gama de climas para la agricultura y escasos recursos disponibles, y si había que hablar de un lugar en Europa donde este escenario debía ser un ejemplo para el resto del planeta, ese lugar sería Alemania. Esta corriente tenía claro que en ninguna parte sería tan acuciante la oscuridad que se avecinaba como allí, donde los términos del Tratado de Versalles condujeron a la pobreza y el hambre de gran parte de la población.

Y es que tras la guerra, cada uno de los cinco tratado trajeron enormes consecuencias políticas para Alemania. Ocasionaron un ambiente de opresión hacia los vencidos. Así surgieron tesis tanto izquierdistas como derechistas, todas abanderadas como reclamo para acabar con esta situación.

El germen de la Segunda Guerra Mundial no había hecho más que comenzar, pero a la misma vez se vivía una situación donde cualquier propuesta de cambios se miraba con buenos ojos. En esta situación y en medio de este clima negro aparece la figura de un arquitecto llamado Herman Sörgel.

Él iba a ser el encargado de idear un plan para preservar Europa del desalentador paisaje que se avecinaba.

Atlantropa

Recreación artística de la región mediterránea con el proyecto Atlantropa. Wikimedia Commons

El plan de Sörgel iba a convertirse en un sueño de por vida. Una idea para salvar Europa basado en la construcción de gigantescas presas hidroeléctricas que abarcaran el Mediterráneo. De esta forma, las turbinas masivas suministrarían un excedente de energía y el mar reconstruido convertiría el desierto del Sahara, hostil a la vida, en un escenario húmedo y fértil. En una época donde parecía que la tecnología no podía equivocarse, un amplio porcentaje de la población apoyó el ambicioso plan de Sörgel.

Antes de que el mundo fuera consciente de semejante idea, Sörgel ya llevaba años de trabajo. El arquitecto nació el 2 de abril de 1885 en Regesburg, Alemania. Con el comienzo del cambio de siglo Sörgel comienza a estudiar arquitectura en la ciudad de Munich. Allí presenta su tesis doctoral en el año 1908, tesis que fue rechazada.

Cinco años más tarde entregó un trabajo muy parecido aunque con ligeros cambios. Un esfuerzo que finalmente fue aprobado con nota, circunstancia que anima a Herman para expandir el éxito del mismo en un libro. Es posible que de tales acontecimientos Sörgel haya sacado una lección valiosa: la persistencia, la misma que le serviría para el resto de su vida.

Los siguientes años los pasaría trabajando como arquitecto y periodista hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial por toda Europa en 1914. Si bien Alemania fue uno de los actores principales en la Gran Guerra, Sörgel veía con desdén la entrada de su país a la misma, el tipo se declaraba abiertamente pacifista y jamás hizo uso de la violencia.

Mapa del proyecto. Wikimedia Commons

Tras finalizar la guerra Sörgel observó en lo que se había convertido Alemania, totalmente devastada por la contienda, una nación terriblemente preocupada por el futuro inmediato. Pero para Sörgel no era sólo el futuro de Alemania, el hombre estaba preocupado por el futuro de toda Europa. Las economías “superamericanas” y “panasiáticas” pronosticadas habían despertado un gran temor: si aquello era cierto y se materializaba, entonces las Américas abarcarían todas las latitudes y los climas, ellos podrían cultivar siempre y erradicar el hambre. De ser cierto, la nueva Super América no necesitaría importar nada de Europa.

Y no sólo eso. Por el otro lado del mapa, el sindicato panasiático ya predijo el mismo problema con una tendencia claramente oriental. Dicho de otra forma, Europa estaría totalmente impotente entre estos dos nuevos gigantes. Europa ya no sería la misma Europa.

La solución de Sörgel radicaba, paradójicamente, en lo mismo que estaba arrojando tantos desempleados y desamparados: la tecnología. Esas huellas pioneras de la era industrial todavía estaban frescas, el mundo estaba repleto de fe ciega y confianza hacia el sueño de una sociedad avanzada. Así fue como se instaló la electricidad como solución de todos los males, y de paso la energía hidráulica, la cual se consideró barata, explotable y renovable.

Como ambicioso arquitecto que fue, Sörgel estaba harto de ideas arquitectónicas de la época. Así fue como en 1927 Sörgel publicó por primera vez el plan que llamó The Panropa Project. Estamos ante una idea grandiosa y peliculera, aunque algo vaga. Dos años más tarde aquellos primeros bocetos se convierten en una nueva versión más detallada (aunque igual de egoísta en muchos aspectos). El arquitecto anunciaba Atlantropa.

La entrada a la presa de Gibraltar dibujada por Peter Behrens en 1931. Wikimedia Commons

Básicamente y a grandes rasgos el proyecto proponía la construcción de una presa cerca del punto más corto del Estrecho de Gibraltar, lo que daría como resultado una estructura mastodóntica de más de 30 kilómetros de longitud desde Marruecos hasta España que habría permitido aislar el mar Mediterráneo del Atlántico. Luego una segunda presa detendría el río Bósforo para bloquear el mar Negro al este.

Aunque parte del agua del Mediterráneo proviene de los ríos, la mayoría fluye desde el Océano Atlántico. El agua que empuja a través de las turbinas crearía energía suficiente para toda Europa y África, y además bajaría el nivel del Mediterráneo en más de 90 metros en 200 años, lo que supuestamente habría permitido ganar 233 000 km² de terreno baldío, espacio para nuevas tierras y expansión de comunidades europeas.

El mar descendiente también secaría el canal entre Sicilia e Italia, e incluso una tercera presa de Sicilia a Túnez serviría de puente para permitir a los viajeros un acceso relativamente sencillo para colonizar África. Por supuesto, antes de dicha colonización, África tendría que ser “mejorada”, tal y como indicaba el propio Sörgel. Sin embargo, también había intención de construir otra presa de Atlantropa a través del río Congo para crear un lago artificial, de manera que ensancharía el lago Chad de su estado actual a un mar interior que permitiría regar el Sahara. Las tierras bajas del Congo inundarían los bosques “improductivos”.

Sörgel exaltó las virtudes de su megaproyecto en cuatro libros, miles de publicaciones e innumerables conferencias. El suministro masivo de electricidad haría posible que las naciones compartan una sola red de energía y alivien los conflictos entre los países haciéndolos interdependientes para su poder.

Cartografía del plan. Getty

También, hipotéticamente, frenaría esa pasión desmesurada por la guerra que según el arquitecto existía en Europa. De esta forma proporcionaría un camino sencillo para que las densas poblaciones europeas se fueran dirigiendo hacia el sur mientras desplazaban a los nativos africanos.

En aquella época había una amplia mayoría de ciudadanos que consideraba a los africanos como un pueblo sin cultura, propósitos o si quiera productividad, y lo cierto es que muy pocos europeos albergaban un plan b sobre la reubicación y reorganización de los indígenas. Sörgel y sus partidarios sugirieron que la colonización sería una bendición para África simplemente porque proporcionaría agua y trabajo para la población actual.

El proyecto de Atlantropa obtuvo un culto de gran parte de la sociedad, entre los que se incluían diseñadores e ingenieros que llegaron a redactar planes y a patrocinar la búsqueda de financiación de la idea de Sörgel. Mientras la mayoría de medios de comunicación se burlaban del arquitecto y su propuesta, Sörgel fundó el Atlantropa Institute para promover el proyecto. Desgraciadamente para el hombre, toda la publicidad que obtuvo su idea jamás se transformó en financiación para que se convirtiera en realidad.

En 1933 y en vista de que nadie le hacía caso, Sörgel lleva la propuesta a los nazis. El hombre pensó que si alguien tenía una clara inclinación por la construcción a gran escala, esos eran sin duda ellos. Sin embargo y tras analizar los planes del arquitecto, los nazis acaban rechazando la idea de forma rotunda. Aparte del hecho de que el principal interés de los nazis estaba fuera del foco de África, la idea general de Atlantropa beneficiando a toda Europa no era precisamente del interés de Hitler y sus partidarios.

Mapa de Atlantropa. Deutsche Museum Munich

El Atlantropa Institute logró sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial pero con el tiempo fue perdiendo partidarios y con ellos la poca financiación prometida hasta entonces. El público dejó de ver aquella idea como real y perdió el favor de las grandes masas. En cambio, Sörgel nunca renunció a su sueño y siguió luchando apasionadamente el resto de su vida.

Una vida que terminó trágicamente el día de Navidad de 1952 en un accidente en la carretera. Al parecer y según reportaron los medios, Sörgel iba en bicicleta por un camino donde apareció un coche que le atropelló. El coche se dio a la fuga y el arquitecto murió al instante.

Aunque la idea arquitectónica de Atlantropa en sí misma era grandiosa, la gran mayoría cree que también era totalmente insostenible. La construcción de la gigantesca presa de Gibraltar habría requerido de un plan mucho más sofisticado que la producción mundial de la época. Algunos críticos sostenían que tal cambio en la navegación del mundo afectaría al clima de maneras impredecibles, aunque también es cierto que los partidarios sostenían que todos esos cambios (redirigir el flujo transatlántico o alterar el Sahara) serían para mejor.

Aunque sin duda el punto más conflictivo es aquel que tenía que ver con el destino de África y sus habitantes. Desde un punto de vista práctico, Sörgel quería traer la paz, pero la paz en Europa, porque en su afán por conseguirlo el precio sería la dominación de África por parte de los europeos.

Tras la muerte del arquitecto en 1952 el Instituto y la propuesta de Atlantropa siguió en pie hasta 1960, momento en el que se disolvió. A partir de entonces Atlantropa pasó a formar parte de un género alejado de la realidad. Sus planteamientos e ideas por fin encontraron el espacio que mejor definía a la obra de Sörgel: la ciencia ficción.