A 10 años de la muerte en la horca de Saddam Hussein, Irak y la región siguen sin paz
Por George Chaya | Tras ser atrapado y enjuiciado en su país, el dictador fue ejecutado hace una década. Para algunos se convirtió en un mártir cuya muerte generó más fanatismo y violencia.
Se cumplen diez años desde que Saddam Hussein fue ejecutado en Irak y muy poco o casi nada ha cambiado.
Hace poco más de diez años se buscaba intensamente a Hussein por todo el territorio iraquí, puesto que encontrar al prófugo y juzgarlo era parte de la operación de liberación.
Como señala la publicación libanesa L’Orient Le Jour, «lo curioso fue que no se lo juzgó por crímenes contra la humanidad o genocidio en la Corte Penal Internacional de la Haya, Holanda; cuando debió ser así. Fue juzgado en Irak, por iraquíes, como demostración de fuerza de la naciente sociedad liberada y en supuesto camino a su democratización».
«Pero los años que pasaron desde su ejecución demostraron que nada de eso ocurrió; al contrario, Irak voló por los aires y cayó bajo la órbita de Irán«, sostiene la revista francófona desde Beirut.
(AFP)
El ex primer ministro iraquí, Nouri Al-Maliki, declaró recientemente que en su tiempo «se ofreció una jugosa recompensa por Saddam (que en nada se comparó con la que en su momento se ofreció por Osama bin Laden)» y «se sabía que en un país aquejado por la carestía y la pobreza de la posguerra, la tentación de millones de dólares seria irresistible para algunos».
Así fue que un antiguo guardaespaldas a través de un familiar se puso en contacto con las fuerzas estadounidenses, que, además del dinero, ofrecían cambio de identidad para el colaborador y su familia en los Estados Unidos a través del programa de protección a testigos. No pasó mucho tiempo hasta que la información estuvo disponible para los estadounidenses.
(AFP)
No se sabía contra cuantos milicianos se enfrentarían, no deseaban tampoco llamar la atención; un puñado de soldados de infantería y boinas verdes fueron los encargados de la operación de captura del dictador.
En una casa como cualquiera y bajo tierra, se ubicaba el objetivo, más precisamente en un escondite pequeño, con unos miles de dólares, un poco de comida y un rifle de asalto hallaron y capturaron a quien fue por poco más de tres décadas el hombre fuerte de Irak.
Según declaraciones de George W. Bush luego de dejar la presidencia estadounidense, «el plan fue juzgarlo en Irak por medio del poder judicial iraquí para fortalecer las instituciones del país». Aunque Bush sabía que si se lo encontraba culpable, muy probablemente la pena que tendría Hussein seria la horca.
El proceso estuvo plagado de atentados contra los jueces que llevaron el caso, así como ejecuciones de abogados a favor y en contra de Saddam. Como actos teatrales, durante meses desfilaron testigos y alegatos en el caso en que Hussein dio la orden de rociar un pueblo kurdo con armas químicas, lo que provocó la muerte de miles de personas sin distinción alguna, mujeres, ancianos, niños. El veredicto fue culpable.
Más de una instancia internacional abogó por la vida del ex dictador. Hubo incluso algunos países que antes de iniciar el proceso, y cuando aun no se lo había capturado, le ofrecieron asilo político sabiendo que si caía en poder del nuevo gobierno o de las fuerzas internacionales su vida estaría acabada.
Algunos creían que con su muerte se apagarían las voces contra las fuerzas internacionales como también se calmaría la insurgencia chiita y sus atentados. Los analistas de inteligencia europeos y estadounidenses, como algunos sectores de la prensa Internacional, estuvieron muy lejos de proyectar y leer la realidad actual en sus apreciaciones. La evolución negativa del escenario iraquí, el presente del país y la región así lo muestran.
El diario egipcio Al-Watan ha editorializado esta semana sobre el final de Hussein. Destacó «el error de ejecutarlo» y menciona que «en el sur de Irak, de mayoría chiita, los habitantes de ciudades como Samawa, Nasriyah, Amara, Nayaf y Kerbala preparan celebraciones en las calles a diez años de la ejecución de su ultraenemigo sunita«.
«Algunos volverán a quemar fotografías de Saddam, mientras otros ya distribuyen dulces como señal de alegría que aún perdura por la muerte del tirano», indico el diario egipcio.
El presidente egipcio, Abdel Fatah Al-Sisi, quien no suele pronunciarse sobre temas regionales críticos, ha dicho: «A diez años de la muerte de Saddam Hussein, las visiones del hecho van desde el simplismo de quienes sostienen que hay un tirano menos hasta otros, para quienes su muerte lo colocó como un mártir. Un mártir que a través de los años generó más fanatismo y más violencia«.
«Su muerte fue una mala estrategia que siguió alimentando el mundo de terroristas», dijo Al-Sisi.
Para el periodista y escritor persa exiliado en Londres, Amir Taheri, entre las graves consecuencias que se desprendieron del ahorcamiento de Hussein se destacan dos. «La primera es que disparó a niveles inusitados el grado de violencia entre sunitas y chiitas, y la segunda, una guerra civil regional y extendida entre ellos«.
La vida en esta tierra de Saddam Hussein -un dictador repudiable- terminó la mañana del 30 de diciembre de 2006. Pero la polémica sobre su enjuiciamiento y ejecución no ha cesado. Como tampoco acabaron las diferencias y las consecuencias que dispararon su muerte a nivel sectario en el mundo árabe islámico. Al contrario, se han profundizado.