Yalitza Aparicio, de ‘Roma’, no salió de la oscuridad

Por Carolina A. Miranda | Es una historia que parece un cuento de hadas: Yalitza Aparicio, una joven estudiante de pedagogía, asiste a un casting en su ciudad natal de Tlaxiaco, México, a pedido de su hermana mayor. De alguna manera obtiene el papel, que no es un rol cualquiera, sino la protagonista de la aclamada «Roma», dirigida por el cineasta mexicano Alfonso Cuarón. La cuestión no termina ahí. Aparicio no solo obtiene una nominación al Oscar a la Mejor Actriz Principal, sino que se convierte en la segunda actriz mexicana y la primera mujer indígena en lograrlo.

En una tarde nublada de viernes, a principios de febrero, Aparicio, de 25 años, se sienta resplandeciente con su vestido de estampado geométrico, su suave y reluciente cabello negro, mientras toma un jugo de piña en un hotel coqueto de West Hollywood. Decir que nunca imaginó a dónde conduciría ese casting es una gran subestimación. Aparicio pensaba que, después de completar el trabajo de postproducción en «Roma», volvería a Tlaxiaco y nunca más vería a Cuarón o al resto del equipo de la película.

«Pero él me dijo que seguiría viéndome», cuenta en español con una sonrisa irónica. «Pensé que estaba bromeando e incluso me reí. Pero el director de casting, Luis Rosales, también me decía todo el tiempo: Sólo espera, hay más por venir. Ya verás».

Eso también fue una subestimación.

Por su papel como la tímida Cleo, un ama de llaves que se enfrenta a la angustia y la pérdida personal mientras atiende las necesidades de una familia fracturada de clase media en la Ciudad de México en la década de 1970, Aparicio fue nominada para más de dos docenas de premios. Su consideración al Premio de la Academia es uno de los 10 Oscar potenciales para el film, incluido el de Mejor Película, Mejor Director para Cuarón y Mejor Actriz de Reparto para Marina de Tavira, quien interpreta a la jefa de Cleo, la señora Sofía.

Desde el anuncio, Aparicio ha estado en un torbellino de alfombras rojas y apariciones en la prensa, tanto en México como en EE.UU. «Esto fue algo que nunca esperé», comenta todavía con aspecto de estar absorbiendo las noticias.

La narrativa que definió en gran medida a la actriz en esta avalancha de cobertura mediática es la de una joven inocente, de un pequeño pueblo, que pasa desde la oscuridad hasta la gran aclamación de Hollywood. Algunos incluso asumieron que su personaje en la pantalla es más una extensión de su personalidad que el caso de una actriz que encarna un papel. Esa narrativa pasa por alto su propia determinación y agudeza.

«Ella es súper fuerte», afirma Cuarón, quien enfatiza que confundir a Aparicio con la dócil trabajadora del hogar que interpreta en la pantalla sería un error. «Es completamente diferente al personaje que creó con Cleo».

En la tarde de este encuentro en West Hollywood, ella luce realmente aguda, cálida e ingeniosa, a pesar de que ha estado haciendo sesiones de fotos y entrevistas durante casi siete horas previas. Si bien la atención que se le ha prestado fue inesperada, está muy consciente de cómo se ha convertido en un símbolo para los pueblos indígenas de México. «Tal vez no haya absorbido por completo la nominación al Oscar», expresa, «pero sé que todo lo que estoy haciendo, si hago algo mal, pueden pensar que somos así. Así que tengo que cuidar bien esa imagen; nuestra imagen».

‘Te llevan a otros mundos’

La historia de Aparicio comienza en Tlaxiaco, una pequeña comunidad agrícola en el estado de Oaxaca, en el sur de México, que es rica en tradiciones culturales como música y danza, pero no tiene sala de cine. Allí, ella nació en una familia con herencia indígena mixta: su padre es mixteco; su madre es triqui, una etnia de la parte occidental del estado. Ellos trabajan como vendedor ambulante y empleada doméstica, respectivamente, y conforman una familia muy modesta.

Las posibilidades de que Aparicio se convirtiera en una actriz de cualquier tipo siempre fueron improbables, pero no solo por razones que tienen que ver con su origen. Cuando era niña, nunca tuvo el deseo de cantar en un coro o de actuar en una obra escolar. «Participé muy poco en ese tipo de cosas», cuenta ella.

De hecho, era tan retraída que, cuando sus maestros se le acercaron para convertirla en escolta —el alumno que lleva la bandera en los actos—, se mostró reticente.

«Cuando mi madre me preguntaba: ¿Quieres ser escolta? Yo decía que no. No quería desfilar frente a toda la escuela», recuerda. Aunque finalmente lo hizo. «Los maestros me dijeron que todos los niños tenían que aprender a participar».

Yalitza Aparicio, quinta desde la izquierda, con su familia en el estreno de «Roma» en la Ciudad de México (Victor Chávez / Getty Images para Netflix).

Su decisión de convertirse en maestra se basó en una serie de preocupaciones. Tenía el deseo de ayudar económicamente a su familia, además de su amor por los niños pequeños. «Te llevan a otros mundos», asegura. «Siempre se aprende algo de ellos».

También sabía que, como maestra de preescolar, tendría el poder de ayudar a moldear la vida de un niño en un momento en que a menudo se inculca el amor por el aprendizaje. «Si puedo lograr que un pequeño realmente ame lo que hace, y luego, si lo vuelvo a ver y me dice: Hola, profesora, soy médico’ o’ soy ingeniero», expresa, «me haría llorar saber que formé parte de ese proceso».

En agosto de 2016 recibió su título pedagógico en una universidad de profesores del área, la Escuela Normal Experimental Presidente Lázaro Cárdenas, en Putla, aproximadamente a una hora de Tlaxiaco. Fue solo un mes antes de que Cuarón la invitara a trabajar en la película.

El hecho de que Aparicio se haya capacitado para convertirse en maestra de escuela, un normalista, tal como se refieren a los estudiantes de pedagogía en México, es altamente simbólico. Cuarenta y tres normalistas del colegio de maestros en Ayotzinapa fueron detenidos por la policía local y finalmente desaparecieron en 2014, un acto que desató oleadas de protesta contra el gobierno del entonces presidente Enrique Peña Nieto. Los normalistas también participaron en El Halconazo, la masacre de Corpus Christi de 1971, en la que los manifestantes fueron atacados y asesinados por una unidad militar de élite en la Ciudad de México, un evento que Cuarón describe con efecto brutal en «Roma».

Aparicio dice que parte de ser docente es establecer un ejemplo para los estudiantes, y ese ejemplo se extiende a la dignidad humana. En la Escuela Normal a la que asistió, la expectativa de que los maestros luchen por sus derechos era parte del programa.

«En ese momento, todos estaban muy nerviosos por los 43», recuerda. «Y nos decían: ¿Vas a quedarte callado porque un grupo de jóvenes ha desaparecido? ¿Como si nada hubiera pasado? ¿Como si alguien borrara el cassette y ahí se quedara todo? No».

En lugar de ello, se les enseñaba que si los maestros esperan que sus alumnos demanden dignidad y respeto, entonces ellos mismos tendrían que exigirlo.

Y, ciertamente, eso es algo que Aparicio ha hecho por sí misma: desafiar las expectativas que se le impusieron como persona indígena, como mujer, como hija de padres de clase trabajadora en una comunidad agrícola que reside lejos de los centros de poder.

«La gente me decía: ¿Por qué estudias?», cuenta. «Uno, eres una mujer. Dos, no tienes el color correcto. Tres, tu clase económica no ayuda. Terminarás casándote y te convertirás en una sirvienta».

«Podría quedarme en ese frasco donde dicen que pertenezco, donde me dicen que ‘Solo puedes ser una sirvienta’, que no se puede aspirar a más», agrega con seriedad. «Y lamento usar la palabra ‘sirvienta’, pero así es como te lo dicen».

En los perfiles, Aparicio suele ser definida por su dulzura. Esa dulzura alberga una tenaz determinación.

En busca de un rostro indígena

Cuando el aparato de reparto de Cuarón llegó a Tlaxiaco, en la primavera de 2016, Aparicio era una candidata poco probable para el papel, no solo porque desconfiaba de cualquier cosa que percibiera como una actuación pública, sino porque simplemente no tenía mucho conocimiento de la televisión o el cine.

Cuando era niña, ocasionalmente veía un trozo de una película de acción con su padre —le gustaban las historias de ninjas y las de Arnold Schwarzenegger— o fragmentos de telenovelas con su madre. Pero a menudo prefería dibujar o leer (le encanta la ficción para jóvenes adultos; «The Lovely Bones», de Alice Sebold, también es una de las favoritas).

Simplemente no estaba tan enamorada de una industria que rara vez representaba la vida indígena de forma significativa. «Una de las razones por las que no soy una gran fanática del cine es esa», reflexiona. «Nunca encontré una representación que me pareciera verídica, o que hablara de las formas en que me criaron».

Las industrias mexicanas de cine y televisión siguen presentando en gran parte modelos blancos o de piel clara; la gente indígena es a menudo elegida como extras y representada de manera caricaturesca o ignorante. Hollywood no se porta mucho mejor. Las personas indígenas son a menudo invisibles en los films convencionales; cuando aparecen, suele ser en roles secundarios y generalmente en epopeyas.

De hecho, en los casi 90 años de historia de los Premios de la Academia, solo dos actores indígenas han sido nominados para los  rubros de actuación, ambos como actores secundarios: el Jefe Dan George (de herencia Tsleil-Waututh), quien interpretó al bondadoso Old Lodge Skins en la farsa de Dustin Hoffman «Little Big Man», y Graham Greene (Oneida), quien interpretó a Kicking Bird, un curioso líder espiritual de Lakota en el siglo XIX, en el drama de 1990 «Dances With Wolves», con Kevin Costner.

La única persona indígena conocida que ganó un Premio de la Academia es la cantante Buffy Sainte-Marie (Cree), quien ganó la estatuilla a la Mejor Canción Original en 1983, por coescribir «Up Where We Belong», el tema de «An Officer and a Gentleman».

Los films producidos y protagonizados por gente indígena, —entre ellas películas independientes bien conocidas como la tragicomedia «Smoke Signals», de Chris Eyre, en 1998, y la aclamada «Atanarjuat», el drama familiar de Zacharias Kunuk, de 2001 inspirado en la leyenda inuit— han sido ampliamente pasados por alto.

Pero la pésima historia de la representación indígena en el cine no le importó mucho a la hermana mayor de Aparicio, quien instó a Yalitza a ver de qué se trataba el casting. Menos de seis meses después, Aparicio estaba en la Ciudad de México, reuniéndose con Cuarón el día en que él le ofreció a ella —y a su coprotagonista, De Tavira— sus papeles.

«Muchas cosas pasaban por mi cabeza», recuerda acerca de ese momento. «No tenía trabajo, me acababa de graduar, tenía que pagar los préstamos que había sacado para obtener mi título. Pensé que mi madre estaría orgullosa y que podía usar eso para pagar mis gastos».

Ella aceptó el papel con una línea que, como informó Cuarón a otros medios, se convirtió en parte del cuento de hadas: «No tengo nada mejor que hacer».

Sus ojos se arrugan y sonríe astutamente cuando se le pregunta sobre eso. «Estaba pensando en voz alta», se ríe. «Alfonso me dice todo el tiempo ahora: Qué bueno que no tuvieras nada mejor que hacer».

Aparicio no solo no tenía experiencia como actriz cuando aceptó el papel, sino que no había visto ninguna de las películas de Cuarón. En los castingsiniciales, no tenía idea de quién era él, o su importancia. Cuarón, asegura ella, lo prefería así. «Dijo: No quiero que veas mis películas, no quiero que contamines tu cerebro», relata Aparicio.

Lo principal que hizo en preparación para el papel fue conocer a Liboria Rodríguez, la mujer que fue niñera de Cuarón cuando era niño, y cuya historia personal sirve de inspiración para Cleo en «Roma». También reflexionó sobre las propias experiencias de su madre como trabajadora doméstica en Tlaxiaco.

«El primer día estaba muy nerviosa», recuerda Cuarón. «El segundo, ya lucía más relajada. Al tercer día, entendió bien la mecánica del plató. Para la segunda semana ya estaba construyendo un personaje».

«Mientras trabajábamos, ella comenzó a tomar decisiones que no eran las que yo imaginaba», agrega. «Eran sus propias decisiones, basadas en su comprensión del papel».

Ella no se estaba representando a sí misma en la pantalla; se estaba convirtiendo en actriz.

Aparicio afirma que Cuarón le daba orientación, pero que dependía de ella conjurar las respuestas emocionales de Cleo.

En una escena al final de la película —alerta de spoiler— Cleo se sienta en silencio en su habitación, después de dar a luz a un bebé que nace muerto. Es una escena en la que Aparicio no habla con palabras, sino con la devastación que se percibe en su rostro. «[Alfonso] me dijo: Recuerda que esto es cuando Cleo perdió a su bebé, y es un momento en el que por su mente pasan tantas cosas», Aparicio recuerda la dirección del realizador. «Me tocó el hombro y me dijo: Ya sabes».

Y ella lo hizo. En ese momento, canalizó todo el dolor femenino que Cleo pudo haber sentido en ese momento.

«No tengo hijos», recalca Aparicio, «pero uno trata de comprender ese dolor».

 

¿Un futuro en Hollywood?

Por el momento, Aparicio está aún en plena promoción de «Roma», estrenada en diciembre. No ha recibido ofertas de otros films, pero está pensando en una carrera en el cine.

«Una película puede hacer pensar a tanta gente», afirma. «Por lo tanto, espero encontrar otro rol que pueda provocar debate sobre este u otros temas».

«Pero si no sucede», agrega, «ha sido una gran experiencia que ayudará a mucha gente. Si vuelvo a la enseñanza, tengo otras ideas, otras cosas que puedo compartir con mis alumnos para apoyarlos».

Mientras tanto, ya ha hecho historia con un papel que tuvo un efecto dominó en toda la sociedad mexicana y más allá. «Roma» generó discusiones sobre el trato de los trabajadores domésticos y la representación indígena. Aparicio participó de sesiones fotográficas de alta moda para revistas de primera línea, como Vogue México; publicaciones en las que el estándar de la belleza todavía se inclina fuertemente hacia el blanco.

«Quiero creer que, en el futuro, seguirán incluyendo más personas como yo», piensa, «para que alguien más pueda verlo y decir: Oye, me parezco a ella».

El cuento de hadas de Hollywood es bonito. Pero para esta joven, el cambio social es aún mejor.