‘La forma del agua’ y el miedo al cine de terror

Por Jason Zinoman | Se supone que este iba a ser el año en el que el terror por fin sería respetado.

El año pasado se estrenaron películas de presupuesto pequeño con mucho estilo (Viene de noche y Voraz) y una muy taquillera (It), pero la razón por la que estaba optimista fue ¡Huye! (Get Out), la crítica mordaz hacia los blancos liberales que se dicen no racistas contada a modo de pesadilla gótica y paranoica. Los críticos la celebraron, correctamente, como una obra de arte, y se convirtió en una de esas películas prestigiosas que son mencionadas de cara a las ceremonias de premiación, sobre todo en las nominaciones de los Oscar.

Pero cuando la nominaron en los Globos de Oro, terminó en la categoría de comedia o musical. Tras la polémica, el mismo Peele comentó que etiquetar a la película como comedia minimiza el tema principal. Aunque Peele tampoco insistió en que fuera etiquetada como de terror; dijo que ¡Huye! no cabe en un género específico y la describió como una película de “terror social” o “thriller social”.

Como un abierto amante del terror, el intento de evitar que esa película –en la que hay sustitución de cuerpos, sustos que te hacen saltar y mucha sangre– sea etiquetada como parte del género me duele, porque pasa frecuentemente. Argumentar sobre cómo definir un género, admito, es solo un poco menos tonto que pelearse sobre qué película debe ganar algún premio, pero eso no significa que no haya pasado buena parte de mi vida entablando esos argumentos y peleas. Sí importa cómo describimos a una película, porque a partir de ello le atribuimos juicios de valor y detallamos su contexto.

Bradley Whitford y Catherine Keener como unos suegros de terror en «¡Huye! (Get Out)»CreditJustin Lubin/Universal Pictures

Hay una larga historia de películas que son “demasiado buenas” para ser consideradas de terror. Brian de Palma dijo que nunca pensó que Carrie lo fuera, el filme basado en la novela de Stephen King, y William Friedkin también rechazó la clasificación para El exorcista. En su reseña de Tiburón, Rogert Ebert la calificó como una “película de aventura” y el crítico de entonces de The New York Times, Vincent Canby, la llamó “ciencia ficción”. Cuando se estrenó El bebé de Rosemary —una de las inspiraciones de ¡Huye!—, el crítico de Los Angeles Times la calificó como “enferma y obscena” antes de pontificar en otro ensayo que estaba “demasiado bien hecha” para ser una película de terror.

Y es que para muchos el término implica algo malo, irreal o barato. El género ya es mejor visto por la crítica, pero la tradición de aminorarlo sigue muy viva. Apenas el año pasado un crítico de cine de Los Angeles Times, Kenneth Turan, señaló en un ensayo que todo el género no sirve más que para “conmocionarse a modo de escapismo”. Percibo la misma condescendencia de personas que me dicen que ¡Huye! es una comedia porque tiene partes chistosas. Hamlet provoca risas a momentos, pero nadie dice que sea una comedia.

Con razón Peele prefiere el término “terror social”. Pero con ello envía el mensaje de que la designación más común, terror, no se interesa en la política o en cuestiones sociales, lo que no podría ser menos cierto.

Tan solo hay que echarle un vistazo a la carrera de George Romero, quien mezcló sus películas de zombis con comentarios sociales sobre el consumismo, el racismo y la militarización de la Guerra Fría. Romero (La noche de los muertos vivientes) y Tobe Hooper (La matanza de Texas), quienes fallecieron el año pasado y privaron al género de sus dos artistas más importantes, dejaron un legado de varias películas que sirven como un contraargumento a la idea de que el terror no puede ser chistoso o bello o tratar sobre lo que es justo.

Steven Spielberg, el director de «Poltergeist» Tobe Hooper y los actores James Karen y Craig T. Nelson CreditMGM/Getty Images

Las películas de terror son casi tan viejas como las películas en sí (la primera versión de Frankenstein fue producida por Thomas Alva Edison en 1910) y, hay que reconocerlo, la definición ha cambiado durante el último siglo y todavía sigue evolucionando. ¿Cómo definir el terror? Depende de a qué era haces referencia.

El terror merece ser considerado un género más abarcador, no uno de nicho que existe en otro lado y separado de donde se reparten los premios más prestigiosos.

Cuando alguien hablaba de terror antes de finales de los sesenta, usualmente se refería a lo sobrenatural. El libro pionero del historiador Carlos Clarens, An Illustrated History of the Horror Film, apenas y mencionó Psychoporque se enfocaba en los seres humanos, lo que, según argumentó Clarens, lo pone por fuera del ámbito de lo que consideró “terror puro”.

En su encarnación actual, más madura, el término terror se usa para muchos tipos de películas y eso vuelve más difícil que nunca especificar la definición. Pero las tradiciones de las películas de monstruos clásicas y el nuevo terror de los setenta siguen siendo influyentes. El terror merece ser considerado un género más abarcador, no uno de nicho que existe en otro lado y separado de donde se reparten los premios más prestigiosos. Guillermo del Toro, el mejor director vivo de películas de monstruos, parece querer hacer el mismo argumento en La forma del agua, una película que muchos han descrito como de romance, en la que los amantes son una bestia misteriosa con escamas y una mujer interpretada con hermosa sensibilidad por Sally Hawkins.

El director George Romero en una fiesta en honor a la serie de antología «Masters of Horror»CreditAlbert L. Ortega/WireImage, via Getty Images

La forma del agua está directamente inspirada por La criatura de la laguna negra, la película de bajo presupuesto de 1954 sobre un humanoide acuático asesino, pero también hace referencia a las películas clásicas de terror de los años veinte y treinta, cuando los fanáticos veían en esos monstruos una nueva especie de héroes: personas marginadas y malentendidas por una sociedad cruel. Puede que el monstruo de Frankenstein haya tenido tendencias violentas, pero no era culpa suya, y tenía un lado dulce que contrastaba con la multitud que quería destruirlo.

Al permitir que la criatura no solo se quede con la chica sino que ella pueda realmente amarlo, Del Toro ha dado un paso más que cualquier otro en cuanto a su simpatía de larga data con los monstruos, aunque mantiene los elementos de violencia y de pavor. No es que haya dejado de trabajar con el terror para hacer un romance, sino que nos muestra que el romance siempre ha sido parte del terror.

Cuando ganó el Globo de Oro a mejor director, empezó su discurso de agradecimiento enalteciendo a los monstruos como “santos patrones de nuestras dichosas imperfecciones”. Dio una acogida al género de terror y cerró con una referencia histórica incisiva al referirse a una de las más grandes estrellas de películas de miedo, conocido por su interpretación de monstruos como Quasimodo, que generan repulsión pero también empatía. “En algún lugar”, dijo Del Toro con una risita, “Lon Chaney nos está viendo a todos con una sonrisa”.

Luego dejó el escenario y redobló su argumento de manera más explícita en la sala de prensa, donde dijo que es importante que ¡Huye!y La forma del agua sean consideradas pares de películas de géneros usualmente más tradicionales. “Somos parte de una conversación fílmica que ha llevado a la creación de imágenes hermosas y poderosas, pero también con peso temático”, dijo, una declaración de intención que ha sido parte central de su campaña por el Oscar.

La convicción con la que lo dijo me hizo pensar que quizá, después de todo, este podría ser el año en el que el terror por fin sea respetado.