¿Una nueva forma de vivir en México?

María Antonieta Collins

Llamo a una amiga que me responde mientras se encuentra en medio del tránsito desquiciante de la ciudad de México, especialmente en las últimas semanas:

«Estoy atrapada entre cientos de manifestantes que van en camino a la Universidad Nacional paralizando toda la avenida de los Insurgentes que corta esta ciudad de norte a sur. Estos son los mismos muchachos que apoyan a los que estuvieron por más de diez días en la Torre de la Rectoría, y lo que más rabia me da, es darme cuenta de que estoy aterrada nada más de pensar en la posibilidad de que a alguno de ellos se le pudiera ocurrir iniciar un zafarrancho de vandalismo lo que nos tendría a quienes estamos dentro de nuestros autos en el ojo del huracán. De solo pensar eso siento escalofríos.»

Cuando colgué la llamada quedé reflexionando en lo que el otro día escuché durante las protestas de maestros en Chilpancingo:

«Nos hemos vuelto una sociedad que tiene miedo de todo lo que nos rodea. Tenemos miedo que nos roben, tenemos miedo que nos secuestren, tenemos miedo de que nos extorsionen. Tenemos miedo de salir solos por la noche. Tenemos miedo de abordar un taxi cualquiera en la calle. Tenemos miedo de subirnos a un autobús, ni que decir de un pesero. Tenemos miedo de ponernos un reloj bueno, de usar una bolsa de mano en la calle porque nos la puedan arrebatar.»

Y hay más miedos que sentimos millones de mexicanos, me dice Gaudencia Vargas una estudiante de periodismo con quien trato a menudo.

«Tenemos miedo también de no llevar por lo menos cien pesos en la cartera porque los ladrones también lo agreden a uno si no llevamos nada que puedan robarnos. El otro día en el camión de pasajeros en el que iba nos asaltaron -es la tercera vez que me pasa en menos de un año- y una señora que les dijo a los delincuentes que no traía nada porque acababa de salir del hospital fue golpeada con la cacha de la pistola por esos hombres. ¿Por qué lo hicieron? Increíblemente porque la pobre mujer no traía un centavo de más fuera de lo que había pagado por el boleto para subirse en el camión».

Me aterro de pensar en este México que se transforma mientras poco de lo que se hace para evitarlo parece funcionar.

Pero hay otra realidad que palpa cualquiera y que enoja: la tolerancia que se tiene con los agresores llámense maestros en Chilpancingo o en Morelia o Oaxaca, o con los supuestos estudiantes en la rectoría de la universidad nacional.

«Es que ahora todo es huir -me dice mi amiga la que estaba atrapada entre una marcha por Insurgentes- Uy, que vienen los estudiantes, húyeles. Es lo mismo que piensan los comerciantes cuando las turbas que protestan por otras cosas deciden ir a destrozar sus negocios que les han costado años de esfuerzo. Si vienen los maestros, pues a cerrar las cortinas metálicas si el establecimiento las tiene, de otra forma, adiós con todo».

Y muchos se vuelven a preguntar:

¿Acaso en un estado de derecho no es la autoridad la encargada de que el orden público no se rompa?

La respuesta es sencilla. Si. Pero eso no pasa en México, al menos en las zonas conflictivas.

Es que políticos y policías, se han conformado en una unidad con miedo a las consecuencias que pueda traer enfrentar a los que rompen la seguridad en una vía pública… Y no actúan.

Basta con ver cómo en la Universidad las cosas terminaron solo hasta que los vándalos que rompieron cristales y maltrataron murales propiedad de los ciudadanos ser marcharon por si solos, hasta que ellos quisieron.

Basta ver el miedo que permitió al vandalismo aterrorizar Chilpancingo a todo color y en televisión nacional.

Y yo también siento miedo. Miedo porque esta será una nueva forma de vivir en este México nuestro que tanto nos duele.