Obama-México: Burocracia filibustera

Carlos Ramírez

Como para demostrar que su presidencia está más acotada que cualquier otra, el presidente Barack Obama había decidido en buen plan su visita a México, pero la comunidad militar, de inteligencia y de seguridad nacional mandó duros mensajes negativos a través de la prensa estadunidense que cayeron mal.

No es la primera vez que ocurre. En la visita a México en 1979, el presidente Jimmy Carter llegó a acuerdos concretos con el presidente mexicano José López Portillo durante las conversaciones privadas, pero en los discursos públicos Carter dejó a México “colgado de la brocha” con el tema del gasoducto. Cuando López Portillo reclamó el cambio, el estadounidense sólo dijo: “yo sí quiero, pero Casa Blanca dice”.

La prioridad de Obama era la comercial y económica, pero la comunidad de los mexican desk de los servicios de seguridad nacional de Washington enviaron por adelantado mensajes a través del The Washington Post y del The New York Times reclamando que México les haya cerrado algunos espacios de cooperación y de subordinación en materia violencia criminal. Los mensajes de regreso de México a Washington llegaron a la Casa Blanca y obligaron a Obama, el martes en una improvisada conferencia de prensa, a desmontar la carga de profundidad sembrada aquí por la gran prensa estadounidense.

El punto de fricción entre las comunidades de seguridad de México y de los EU radica en los afanes controladores de Washington y la nueva administración del presidente Peña Nieto que no quiere subordinaciones que disminuyan la autonomía en las decisiones de lucha contra el crimen organizado. El primer mensaje fue enviado –también vía el periódico del establishment conservador de los demócratas, el The New York Times– cuando le filtraron al diario datos no probados sobre la presunta relación antigua de un candidato a la titularidad de la Secretaría de la Defensa Nacional.

Pese a todo, la comunidad de seguridad de los EU estaba satisfecha con el control sobre las principales oficinas, pero siempre con el resquemor de que la Secretaría de la Defensa Nacional y el Ejército en particular seguía siendo un coto cerrado a la penetración estadounidense. Por ahí deben buscarse la nueva oleada de críticas contra mandos militares a propósito del caso penal del general Tomás Ángeles Dauahare. Vía golpes y filtraciones se quiere abrir a fuerzas las puertas del Ejército a la subordinación a los EU.

En el contexto de la disputa por la definición de las relaciones de los EU con México –seguridad nacional geoestratégica o globalización económicas y comercial– se dará la visita por algunas horas del presidente Obama, quien viene en sus peores momentos: rechazo a su reforma de control de armas, atentado terrorista en Boston con ramificaciones islámicas, dificultades para avanzar en su reforma migratoria, derrota en el Congreso en materia económica que lo obligó a realizar severos recortes de gasto, presiones sociales por la existencia de la prisión de Guantánamo, severas críticas por el uso de torturas en interrogatorios a presuntos terroristas, cuestionamientos por el uso de torturas en el caso del asesinato del líder terrorista Osama bin Laden y una agenda sin destino.

Los medios no ocultan sus críticas. Maureen Dowd en el The New York Times mencionó las palabras malditas de “pato cojo” o presidente sin fuerza. La columnista recogió la escena de la conferencia de prensa del martes, cuando un periodista de ABC News le preguntó a Obama si no se sentía más como defensa que como delantero en el juego y el presidente, “con un destello de irritación”, contestó: “bueno, si lo pones de esa manera, tal vez yo debería empacar y regresar a casa”. Dowd encontró a un Obama como el Papa Alejandro VII en Los Borgia: “¿la impresión de debilidad engendra debilidad?

A su vez, el columnista Dana Milbank, del The Washington Post, también se refirió a la debilidad de Obama: “nunca es buena señal para un presidente cuando se siente obligado a asegurar en público que aún tiene pulso”. Agregó: “a cien días de su segundo mandato Obama ya perdió el control de su agenda”. Pero lo más grave, agrega Milbank, es que “el presidente estaba de mal humor” y el hecho es que se la pasa quejándose de los demás, de los que obstaculizan sus deseos, tratando de explicar que tiene más problemas para gobernar que para tomar decisiones, como un “presidente espectador”. La frase final de Milbank fue demoledora: “la apertura de mente es agradable. Pero un liderazgo vivo es el camino para resucitar una presidencia moribunda”.

En este escenario se debe localizar la confusión en la burocracia de seguridad de Obama respecto al crimen organizado en México.

La debilidad de Obama se presenta como una oportunidad de México para desembarazarse de la dependencia y fijar nuevos espacios de autonomía geopolítica, porque al final los EU necesitan a México más que México a los EU.

Ayuda en este caso el hecho de que Obama ha tenido cuatro años ajenos al exterior, salvo por las crisis en Libia, Irak, Afganistán y ahora Siria. Sólo hay que definir una estrategia diplomática autónoma.