Pacto por México

Armando Fuentes Aguirre «Catón»

“Está usted abusando del sexo”. Así le dijo el médico a Silly Kohn, vedette de moda, cuando ella se quejó de sentir cansancio general. Y añadió: “Eso explica su fatiga”. “Pero, doctor –se justificó ella–. Sólo hago el sexo los días que empiezan con e”. “¿Con e? –se sorprendió el facultativo–. Ningún día empieza con e”. “Sí, doctor –insistió Silly–. El lunes, el martes, el miércoles…” … Declaró un individuo en la fiesta: “Durante algún tiempo fui un hombre en el cuerpo de una mujer”. Al oír aquello las conversaciones cesaron, y todos pusieron atención. Prosiguió el sujeto: “Luego nací”… La señora está triste.

¿Qué tendrá la señora? Desde hace dos semanas doña Tebaida Tridua se encuentra recluida en sus habitaciones, y se niega a salir de ellas. La causa de su secrestación es conocida, pero nadie se atreve a mencionarla. Sucedió que la ilustre dama, Presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, asistió a la conmemoración del sesquicentenario de la Cofradía de San Saturio, y en plena ceremonia, ante el Arzobispo y el Cabildo de la Catedral, le sobrevino un súbito ataque de moria. ¿Qué es moria? Recurro a la definición que da de ese mal el afamado médico australiano Warwick Carter, MB.BS., FRACGP, FAMA.: “Pérdida del sentido ético, y goce en comportarse de modo extravagante, con palabras gruesas y dichos estúpidos, que se observa en determinadas afecciones cerebrales, como tumores del lóbulo frontal, etcétera”. Lo que en esa ocasión dijo e hizo la señora Tridua en presencia de aquel ilustrísimo senado no es para contarse aquí. Monseñor salió espantado de la sala tapándose los oídos al tiempo que clamaba con grandes voces: “Vade retro, Satanás!”. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, sufrió un desvanecimiento que la hizo caer al suelo en modo tal que se le vieron los bloomers, la faja y las medias a la virulé. Cosa de tanto escándalo no sucedía en la ciudad desde que la Consulesa honoraria de Varminta dejó escapar un sonoroso cuesco al bailar el rigodón con el alcalde. Ahora bien: nadie piense que quien esto escribe aprovecha la ausencia de la señora Tridua para evadir su censura y sacar a la luz pública una de sus infames badomías.

Sin embargo el próximo viernes aparecerá aquí el execrable chiste conocido con el nombre de “Arracadas”. Es el cuento de más subido color en lo que va del año. ¡No se lo pierdan mis cuatro lectores!… Más allá de circunstancias de mera coyuntura, y por encima de politiquerías partidistas, el Pacto por México se debe mantener. Es una de las mejores cosas que en este país han sucedido desde hace mucho tiempo; en él los mexicanos hemos visto una esperanza real de cambio. Echarlo por la borda sería atentar en forma grave contra la Nación. A riesgo de sufrir quemaduras en los otros dedos levanto un índice de fuego y con actitud estatuaria apunto hacia el futuro. Tal es el rumbo que debemos seguir. Yo ya lo señalé. Con eso cumplo la modesta misión que me he fijado, de orientar a la República. Si alguien extravía el rumbo no será mía la culpa. (Ya estoy oyendo una voz que me dice: “No te preocupes”)… Babalucas y su esposa llegaron a su casa. Comentó la señora: “Mira: el vidrio de la ventana de la sala está quebrado”. Entró el badulaque, se asomó por esa ventana y dijo: “De este lado también”… El niñito le preguntó a su madre: “¿Por qué vamos empujando el coche hacia ese precipicio?”. “¡Shh! –le impuso silencio la señora–. ¡Vas a despertar a tu papá!”… El Padre Arsilio estaba resolviendo un crucigrama. Le pidió ayuda a la señorita Peripalda: “Es algo que tiene la mujer. La palabra es de cuatro letras, y las tres primeras son –oño”.

Sin vacilar respondió la catequista: “Moño”. “Es cierto –admite el buen sacerdote–. ¿Tiene usted un borrador?”… Llegó al bar un hombre que de seguro había sufrido un accidente, pues llevaba en alto los dos brazos enyesados, y no podía usar las manos. Le pidió una cerveza al cantinero, y le rogó que le ayudara a beberla poniéndole la copa en los labios. En seguida le suplicó que le sacara la cartera del bolsillo, que tomara de ella el billete para pagar la cheve, y que le volviera a poner la cartera en su lugar. En seguida le preguntó: “¿Dónde está el baño?”. Exclamó el de la cantina mirando apresuradamente su reloj: “¡Ah! ¡Mi hora de salida!”… FIN.