La edad de oro

Gerardo Flores Sánchez

Así llamó a la infancia el poeta y pensador José Martí en el siglo XIX, muy a tono con la idealización de la infancia que impulso en el siglo XVI el filósofo y pedagogo francés Juan Jacobo Rousseau, quien expreso lo siguiente:

“La naturaleza quiere que los niños sean niños antes de ser hombres. Si nosotros queremos pervertir este orden produciremos frutos precoces que no tendrán ni madurez ni sabor y pronto se marchitaran”. 

Sin embargo el análisis histórico de las ideas acerca de los niños y de la infancia, así como de las condiciones sociales y económicos en que han vivido en diversas épocas, señala con claridad que la infancia es realmente un concepto “construido”, es decir, creado social y culturalmente en siglos recientes, sobre todo enfocado a ubicar a esta etapa de la vida como centro  de la acción de la pedagogía y la educación.

Aunque pueda parecer inconcebible, para los cultos y democráticos griegos, no existía la infancia. Los niños eran una especie de hombres incompletos o en miniatura que no tenían derechos. Basta recordar los cuentos de Charles Dickens sobre los niños pobres y explotados laboralmente en las minas y fábricas de la Inglaterra de los siglos XVIII y principios del XIX.

Y para no remontarnos en el río de la historia, basta abrir los diarios y checar el internet para verificar cómo de tantas maneras y formas se atropellan en tantos lugares del mundo esas personas que la legislación en derechos humanos y sociales consideran lo más delicado y valioso de nuestro mundo moderno. Explotación laboral, marginación, trata, pedofilia, tráfico de órganos, violencia intrafamiliar, inseguridad, educación de baja calidad, saturación de propaganda consumista, manipulación política, son algunas de los temas vergonzosos y dolorosos acerca de lo que aún no podemos evitar que sufran muchos de nuestros de niños y que quisiéramos en un día como dedicado mundialmente a ellos, poder anunciar que al fin terminaran para ofrecer a estos pequeñas víctimas, un camino de desarrollo, salud, prosperidad y felicidad.

Esta etapa de la existencia de un ser humano que se inicia en el nacimiento y se extiende hasta la pubertad cuenta ahora, apoyado desde las Naciones Unidas y sus organizaciones en educación (UNICEF), salud (OMS) y alimentación (FAO), trabajo (OIT), con un abundante entramado jurídico a nivel internacional y nacional para su protección.

Precisamente con ese ideal fue que el 31 de enero de 1961 se creó en México, durante el gobierno de Adolfo López Mateos, Instituto Nacional de Protección a la Infancia (INPI), del que el tamaulipeco Dr. Norberto Treviño Zapata, fue su primer Director General. Es justo señalar también que 32 años antes, en 1929 se constituyó la Asociación Nacional de Protección a la Infancia A. C, dirigida por la Señora Carmen García, esposa del Lic. Emilio Portes Gil, Presidente de la República en esa fecha.

Esto muestra que los tamaulipecos, han sido precursores nacionales en el compromiso de crear instituciones y desarrollar políticas y programas de protección de la infancia. Ideario que afortunadamente se sigue manteniendo.

Pero más allá de lo que sucede en el ámbito mundial y de los problemas sociales nacionales que marcan áreas importantes de rezago en los derechos de nuestros niños, hay algo que nos incumbe personalmente y está en nuestras manos, que es la atención, el cuidado y la educación que tenemos oportunidad todos los días, de dar a nuestros hijos, nietos o bisnietos. Celebrémoslos en esta certeza de estaremos festejándonos también nosotros mismos, pues en muchos sentidos, son precisamente los nuestros niños el puente a la fuente de la vida y la felicidad auténticas.