Bud Spencer, el héroe torpe que adoraban nuestros padres

El actor italiano que formó un exitoso dúo cómico con Terence Hill, dejó una filmografía que absolutamente todo el mundo ha visto.

Por Eva Güimil | En los años setenta Bud Spencer y Terence Hill reinaban en las salitas con mesa de formica en las que el reproductor de vídeo era un lujo nuevo y extraño. Los clásicos de los reyes del mamporro estaban en todos los formatos. En el sistema Beta que se habían comprado los que sabían de qué iba la historia, los VHS del vulgo y aquel sistema 2000 que sólo conocían los cuñados high tech, que también existían en los ochenta, cómo no.

En los videoclubs no había bronca nunca. Los padres adoraban al tipo de los mandobles y las madres suspiraban por los ojos azules de Terence Hill. Y mientras tanto los niños se deshacían en carcajadas con los golpes de sonido desfasado y las caídas acrobáticas en las que el mismo extra era sacudido como una estera una y otra vez.

Era la hora de las tortas, que diría La Cosa. Violencia extrema torpemente coreografiada que se combinaba con la merienda de pan con chocolate. El horario infantil era el momento en que un niño se sentaba delante de la tele y en él podían coincidir Marisa Abad, Espinete o cuatro gansters italianos molidos a palos por un gigante. El control parental eran los padres y ellos votaban siempre sí al dúo de cómicos. Hoy los vínculos los forja Frozen, ayer Le llamaban Trinidad. Los que están al mando del mando han cambiado de bando.

Es fácil entender la fascinación de nuestros padres por Bud Spencer. Aparentemente era sencillo ser como él. Era gordo y lacónico como cualquiera podía serlo. Bud no se machacaba en el gimnasio, no rellenaba sus músculos con anabolizantes y no soltaba largos y alambicados discursos. Bebía cerveza en jarra, comía un bocadillo de mortadela con cada mano y movía su cuerpo totémico con la exasperante lentitud de una tortuga de orejas amarillas. Y sin embargo siempre daba caza a unos enemigos a los que coronaba con un sonoro puñetazo que desde sus 194 centímetros caía en sus cabezas como Little Boy sobre Hiroshima.

Bud Spencer y Terence Hill en ‘Le seguían llamando Trinidad’ (1971)© Cordon Press

Arnold, Sylvester y Chuck eliminaban enemigos con Smith and Wesson, Colts y Kalashnikovs. Spencer sólo necesitaba sus puños de Mazinger humano. Era una lucha cuerpo a cuerpo, sin intermediarios de plomo y punta hueca. Y por eso era el favorito de todos.

 

EN LOS VIDEOCLUBS NO HABÍA BRONCA NUNCA. LOS PADRES ADORABAN AL TIPO DE LOS MANDOBLES Y LAS MADRES SUSPIRABAN POR LOS OJOS AZULES DE TERENCE HILL.

 

Bud no era americano, aunque su nombre parezca el bramido de un bisonte en las Rocosas. Se llamaba Carlo Pedersoli. Y Terence, a pesar de su permanente bronceado Venice Beach, respondía al mucho menos Hollywoodiense nombre de Mario Girotti. Si Mario eligió su nombre de una lista proporcionada por productores que pretendía que las nuevas estrellas del spaghetti western sonasen más exportables, Carlo optó por la suma de su bebida y su actor favorito: cerveza Bud y Spencer Tracy. Juegue usted a budspencizar su nombre a ver que le sale: el mío es Glenmorangie Meryl. No suena mal.

En el mundo A. de. G (Google) nadie sabía que aquella tanqueta había sido un día un hombre apolíneo que representó a Italia en dos Juegos Olímpicos y el primer italiano que nadó los 100 metros libres en menos de 1 minuto. Un tipo listo con un doctorado en derecho e intereses tan diversos como la aviación o la música a la que se dedicó de manera profesional antes de acceder de manera casi casual a la interpretación. El que fue un día bibliotecario en Buenos Aires y secretario de la embajada italiana en Montevideo llegó a los platós en los cincuenta como extra sin acreditar hasta que en 1967 sus pasos se cruzaron con los de Mario en Tú perdonas….yo noy ya no hubo vuelta atrás. De repente ellos y no Romina y Al Bano eran nuestra pareja favorita de italianos.

Y aunque su filmografía fue extensa tuvo tiempo de combinar su trabajo en los platós con el diseño de ropa infantil o la creación de una línea aérea especializada en viajar a santuarios católicos y hasta de ser candidato, con poco éxito, en el partido de Berlusconi.

Cuando su familia comunicó su muerte muchos pensamos en nuestros padres. El nombre de Bud Spencer es un ancla a la infancia, un secreto sin compartir que todos creíamos único y las redes sociales han revelado manistreamRecordamos con nostalgia inevitable los días en los que nuestros padres reían despreocupados mientras una mole de ojos achinados con media docena de golpes letales impartía justicia en una Almería disfrazada de Colorado y nuestra mayor preocupación era devolver Banana Joe rebobinada. Y por ello le decimos a Bud lo mismo que, según sus hijos, él dijo en su adiós: “Grazie”. Gracias por todo, señor Pedersoli.