Apenas el 1.6 % de los océanos está protegido
Cada año, 8 millones de toneladas de basura llegan al agua. En 2050 habrá más plástico que peces.
Hace un mes, una noticia le dio la vuelta al globo y acaparó varios titulares de prensa: la revista científica estadounidense Pnas, anunció que Henderson, una isla deshabitada en el Pacífico sur, es el lugar con mayor basura del mundo.
Con una superficie de apenas 37 kilómetros cuadrados, está cubierta por 18 toneladas de desechos y más de 38 millones de pedazos de plástico que llegan flotando por el océano todos los días. Ahí los cangrejos viven dentro de las tapas de botellas, las cabezas de las muñecas o los empaques de cosméticos.
Más de 8 millones de toneladas de basura llegan a los mares y océanos cada año, lo que equivale al peso de 800 veces la torre Eiffel o a tirar cada minuto un camión lleno de desechos al agua. De continuar así, el panorama será desalentador: en el 2050 los océanos tendrán más plástico que peces y casi el 100 por ciento de las aves marinas habrán ingerido plástico. La contaminación marina llegará a nuestros platos de comida inevitablemente.
Según un estudio hecho por investigadores de la universidad británica de York, liderado por el doctor Robert Callum, en el año 2015 únicamente el 3,5 por ciento de la superficie marítima total se hallaba semiprotegida, o poseía futuros planes de protección; mientras que solo el 1,6 por ciento estaba totalmente salvaguardada.
A pesar de que estos ecosistemas ocupan tres cuartas partes de la superficie de la Tierra –contienen el 97 por ciento del agua del planeta, absorben el 25 por ciento del dióxido de carbono producido por los seres humanos, generan más de 200 millones de empleos, cobijan a cerca del 80 por ciento de la vida que hay en este planeta y son la más importante fuente de proteína que tenemos– su salud está en riesgo.
La práctica de pesca insostenible y destructiva, la acidificación, el aumento de la temperatura, la contaminación, el turismo desenfrenado y la incapacidad de hacerles frente a todas esas amenazas los tienen en cuidados intensivos.
Por esa razón, esta semana se celebró el Día Mundial de los Océanos, con el objetivo de reconocer su importancia internacional, velar por su protección y generar conciencia sobre el papel crucial que estos ecosistemas desempeñan en nuestras vidas y las distintas maneras en que podríamos ayudar a protegerlos.
“La vida que bulle bajo su superficie y a lo largo de las costas es fuente de alimento y medicina. Nos conectan a todos, unen a los pueblos y a las naciones mediante lazos culturales, y son esenciales para el intercambio de bienes y servicios en todo el mundo”, dice el secretario general de la ONU, António Guterres.
Durante la celebración, que reunió a varios expertos de diferentes campos en Nueva York, se destacó la urgencia de cumplir con el Objetivo de Desarrollo Sostenible 14 (ODS), que es parte de la Agenda 2030 adoptada por los 193 estados miembros de la ONU en el 2015.
El ODS plantea la necesidad de “conservar y utilizar en forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible”. Para ello se trazan varias metas: reducir la contaminación marina al 2025, reglamentar la explotación pesquera y poner fin a la pesca ilegal al 2020, aumentar los conocimientos científicos y fortalecer la capacidad de investigación, entre otras acciones que ayudarían a disminuir la presión sobre estos vitales escenarios.
Las ciencias oceánicas
Un pequeño puñado de países industrializados es el que se encarga de recoger datos y medir el estado de salud de los océanos en el mundo. Esa fue la conclusión a la que llegó el primer inventario hecho por la Unesco sobre las ciencias oceánicas, presentado esta semana.
“Esto marca un punto de inflexión, en la medida en que representa el primer instrumento puesto a disposición de los países y otros actores para orientar sus decisiones e inversiones en favor del océano”, dijo la directora general de la Unesco, Irina Bokova.
Uno de los datos importantes que arrojó el informe tiene que ver con el costo de las ciencias oceánicas: no hay dinero, ni suficiente interés por parte de los gobiernos para dirigir recursos a este campo.
Para sondear el océano se necesitan barcos de investigación, imágenes satelitales y maquinaria para interpretarlas, robots submarinos o vehículos sumergibles teledirigidos, lo cual representa una inversión considerable que solo algunos países como Estados Unidos, Australia, Alemania, Francia y la República de Corea pueden costear.
Los intereses también varían. Algunos países como India, Noruega y Finlandia poseen numerosas instituciones especializadas en pesca, en tanto que Italia, Rusia, Argentina o Kuwait concentran sus esfuerzos en observar la condición del océano.
En cuanto al recurso humano especializado, China es el país con un mayor número de empleados en la ciencia oceánica (38.000 investigadores), seguido por Estados Unidos (4.000), Alemania (3.300), Francia (3.000), República de Corea (2.400) e Italia (2.100). En este escenario científico, las mujeres son quienes llevan la batuta de las investigaciones en casi todo el mundo.
Finalmente, los investigadores aprovecharon para “jalarles las orejas” a los tomadores de decisiones por no poner en marcha grandes proyectos encaminados a la protección de los océanos. Y abogaron, además, por una cooperación entre países e instituciones que permita realizar más investigaciones y recolectar nuevos datos que permitan preservar la vida marina.