La jaula de El Chapo
Amanda Mars | Considerado el mayor traficante de drogas del mundo, Joaquín Guzmán pasa los días sin noticias del exterior, recluido en un correccional famoso por su dureza.
El cuarto donde El Chapo hace ejercicio durante una hora cada día tiene un televisor, pero está siempre apagado. Los responsables de su custodia tienen que controlar que los contenidos sean aceptables para el tipo de preso que es y no los acaban de encontrar. Pasa 23 horas diarias en una celda menuda, con una cama, una silla, una mesa, un retrete y un lavabo. El único instante en el que alcanza a ver luz natural, según fuentes conocedoras del caso, es cuando lo trasladan de un cuarto a otro porque el pasillo que atraviesa tiene una pequeña ventana al exterior. Luego vuelve a la cama, a la mesa y a la silla. La luz eléctrica casi nunca se apaga. Los guardias no pueden entablar conversación con él.
Ese es, desde hace mes y medio, el día a día de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, El Chapo, El Rápido, El Señor, El Jefe, El Nana, El Apa, El Viejo, El Papa y mil alias más. El hombre que hace 40 años, cuando era un adolescente que cultivaba marihuana, comenzó una carrera de sangre y plomo que le convirtió, según los fiscales americanos, en el mayor traficante de drogas del mundo, con miles de muertes, torturas y secuestros a sus espaldas.
Después de sus dos sonadas fugas de prisión, México, escarmentado, lo extraditó el 19 de enero a Estados Unidos para responder de 17 cargos penales que le pueden costar la cadena perpetua. Fue a parar al Metropolitan Correctional Center de Nueva York, un mastodonte de paredes marrones y ventanas con rejas que abrió en los años 70 al sur de Manhattan, junto al puente de Brooklyn, que cada día toman miles de turistas y corredores, un granero de selfies y souvenirs.
Allí estuvo el estafador Bernie Madoff; el líder de los Gambino, John Gotti, o el cerebro del atentado a las Torres Gemelas de 1993, Ramzi Ahmed Yousef. Ahora alberga a la primera persona a la que, después de Al Capone, la ciudad de Chicago declaró enemigo público número uno: El Chapo. Tiene cerca 800 hombres y mujeres reclusos, pero los más peligrosos se encuentran en la Security Housing Unit (SHU), en la décima planta. Se dice que no hay una docena de personas allí, aunque el centro no facilita estos datos. Amnistía Internacional denunció el recinto en 2014. “La falta de acceso a la luz natural y al aire fresco son una clara infracción de los estándares internacionales de trato humano”, sostiene su informe. Un hombre que podía comparar dijo hace un tiempo a The New York Times que le parecía “peor que Guantánamo” y ahora se habla de “el Guantánamo de Nueva York”.
Un testigo hablará en el juicio de una casa supuestamente destinada a carnicerías (las paredes estaban cubiertas de plástico y había un desagüe en el suelo para tragar la sangre), según la Fiscalía, y varios narcos colombianos testificarán
El tiempo se detuvo para El Chapo el día que lo subieron a un avión rumbo a Manhattan. Mientras espera juicio, no puede recibir visitas ni hacer llamadas. Tampoco saber nada del exterior ni enviar ningún tipo de mensaje verbal o escrito para asegurar que nadie le pase nada con qué sobornar a un guardia, nada cifrado con qué comunicarse con el cártel, nada con qué hacer daño, nada con qué matarse. Solo puede ver a sus abogados a través de un cristal.
No sabe de su esposa, Emma Coronel, que tampoco puede averiguar nada personal de él; ni que después de su extradición se ha desatado una guerra intestina en el cártel de Sinaloa y cada uno busca su sitio allí, balas mediante; no sabe que Kate del Castillo estrena serie.
Sí tiene acceso a todo lo relacionado con su caso y que consta en los documentos judiciales: que un policía de Juárez contará los sobornos para liberar a los miembros del cártel que detenía; que otro testigo hablará de una casa supuestamente destinada a carnicerías durante la guerra de Vicente Carrillo (las paredes estaban cubiertas de plástico y había un desagüe en el suelo para tragar la sangre); que se encontraron los AK-47 o que habrá un desfile de líderes de cárteles colombianos para testificar.
Con abogados de oficio
A El Chapo le defiende una asociación de abogados federales de Brooklyn, con Michelle Gelernt y Michael Schneider al frente, cuya labor es representar a personas sin recursos, pese a que Guzmán Loera es inmensamente rico. No puede hablar con su familia para la búsqueda de defensa privada ni tratar de dinero, y a los letrados actuales no les permiten compartir información con aquellos ligados a la familia. Estados Unidos tiene juristas especializados en narcos, pero es un caso difícil de ganar y también de cobrar, debido a las previsibles restricciones a las finanzas de El Chapo.
Los abogados se turnan para visitarle casi cada día, incluso los fines de semana. No hay tantos avances en el caso que comentar, pero así abandona la celda más allá de esa hora de ejercicio prevista y pueden controlar su estado, que no se vuelva loco. Ninguna petición para suavizar sus condiciones ha fructificado. A primeros de febrero salió para una audiencia ante el juez. La próxima está prevista para el 5 de mayo y habrá nuevo fiscal porque el que tenía hasta ahora, Robert L. Capers, ha cesado dentro de la renovación impuesta por el nuevo Gobierno de Trump.
A Guzmán Loera lo encontraron y detuvieron por última vez en enero de 2016, víctima de su ego, porque quiso producir una película sobre su vida y armó ruido. Ahora, además de un filme de Ridley Scott, varias productoras de Hollywood se han interesado por los derechos de un libro. Porque El Chapo da para una novela, pero el final no se ha escrito como a él le gustaría, ni siquiera le hace protagonista. Se titula Cazar al Chapo: dentro de la fascinante historia del hombre de la ley que capturó al narco más buscado del mundo.