“Mujeres Asquerosas”/ “Malos Hombres”

David Brooks/J. Jaime Hernández | En el mundo de Donald Trump las mujeres que lo retan o lo superan en inteligencia.

 

O que no aceptan doblegar el espinazo ante sus embestidas y asaltos sexuales, son sinónimo de “asquerosas”.

 

Y, en el caso de los inmigrantes mexicanos que, en muchos casos, le han ayudado a construir sus Hoteles o Casinos, y a los que no se ha cansado de meter en el mismo saco al lado de criminales, violadores y traficantes, se les puede etiquetar como “malos hombres”.

 

Cuando Trump llamó “asquerosa” a Hillary Clinton, después de asegurar que él es una de las personas que “más respeta a las mujeres”, su insulto encontró inmediato eco en las redes sociales:

 

“Mujer asquerosa es el grito de batalla que Hillary Clinton necesitaba” para recabar el apoyo de esas mujeres que se le siguen resistiendo, opinó desde la página de Vox, un medio de comunicación Online, la escritora, Liz Plank.

 

Y cuando Trump hizo uso de la expresión “Malos Hombres”, para referirse a los inmigrantes indocumentados que forman parte de su lista negra para deportarlos una vez que asuma la presidencia de Estados Unidos, millones de espectadores que seguían el debate distinguieron de inmediato las viejas resonancias del prejuicio racial y el latigazo derogatorio que muchos, antes que él, han usado para referirse a los inmigrantes de origen hispano en general y mexicano en particular.

 

Ahí están, por ejemplo, los casos de personajes como la ex gobernadora de Arizona, Jan Brewer, quien llegó al extremo de acusar a los inmigrantes mexicanos de dejar sembradas de cabezas y cuerpos decapitados, las rutas migratorias por el desierto fronterizo.

 

O el congresista republicano por Iowa, Steve King, quien llegó a asegurar que los hijos de los inmigrantes que llegaron a Estados Unidos de la mano de sus padres, lo hicieron mientras hacían de mulas cargando droga a sus espaldas.

 

Trump no ha hecho más que repetir estas viejas fórmulas cargadas de odio racial y criminalidad que les ha permitido a otros republicanos, antes que él, seguir ganando elecciones entre su base más extremista y conservadora.

 

Pero, al mismo tiempo, alejándolos de esas minorías  demográficas que, dentro de muy poco, quizá a partir del 2040, serán la gran mayoría.

 

Desde hace muchos años, en el imaginario colectivo de Estados Unidos, los mexicanos siempre hemos sido los feos, los malos, los sucios, los pobres y lo corruptos.

 

Y, en muchos sentidos, la frontera sur siempre ha sido el límite entre ese reino de rascacielos y autopistas (que encapsulan la pureza, el orden y la excepcionalidad) y los pueblos miserables de México.

 

Esos “agujeros infernales”, parafraseando a senadores como el republicano, Lindsay Graham, desde donde acechan los peores males, la corrupción más venal, los ríos de droga y perdición, y los bandidos más desalmados.

 

Desde que Hollywood se encargó de consagrar al bandido mexicano “Tuco” (en la película The Good, The Bad and The Ugly 1967), como el más feo, el más estúpido, corrupto y criminal,  frente a un Clint Eastwood que hacía las veces de un forajido benevolente, inteligente y, por supuesto, más guapo, la imagen de los mexicanos se ha reafirmado de esa forma en la mente de millones en Estados Unidos.

 

Lo mismo en Hollywood, que en la vida real, muchos mexicanos se han visto condenados a experimentar una especie de rara excepcionalidad ya que, a pesar de haber nacido en México, y de no ser ni feos, ni malos, ni corruptos, ni asesinos, gozan de cierta licencia o condescendencia ante los ojos del hombre blanco y conservador.

 

Podría decirse que son los que Trump coloca en la categoría de “algunos que, no dudo, son buenas personas”. O “algunos no son malos o criminales”

 

Ahí tenemos la larga lista de mexicanos y mexicanas que han tenido éxito en Hollywood, a pesar de no entrar en la categoría de criminales, traficantes, corruptos, incultos o feos.

 

O científicos mexicanos que forman parte del más selecto grupo de científicos en Estados Unidos, como el doctor Roberto Trujillo de origen mexiquense; o del comité de asesores de la Casa Blanca en temas de salud y medio ambiente, como el doctor Mario Molina.

 

Desafortunadamente, la práctica de pintar a los mexicanos y a los inmigrantes con la misma brocha sigue siendo un exitoso recurso en tiempos de campaña electoral. Por lo visto, el hábito de presentar al mexicano como el “mal Hombre” sigue siendo  inmensamente redituable.

 

En buena medida, gracias a la leyenda de los capos del narcotráfico como “El Chapo” Guzmán, a quienes Trump acusa hoy de ser responsable del epidémico consumo de heroína, cuya expansión por todo Estados Unidos ha sido posible gracias a las redes de distribución de los narcotraficantes mexicanos, pero también de esas redes de narcotraficantes que controlan ciudadanos de EU, pero de los que nunca se escucha hablar en los discursos de odio anti inmigrante de los republicanos.

 

Como siempre ocurre, y parafraseando al bandido mexicano Tuco, en la película del bueno, el malo y el feo:

 

«En esta vida, mi amigo, hay dos clases de tipos; los que siempre llevan la soga al cuello y los que tienen el poder de cortarla…»