La fascinación y miedo del ser humano por ser como Dios

Desde que el hombre primitivo obtuvo conciencia de sí y del entorno que le rodea, un mundo se reveló ante sus ojos. Frente a él aparecieron miles de formas de vida y materia conviviendo en un solo espacio. Animales salvajes cuyas características físicas eran muy superiores a las de él, semillas que con el paso del tiempo crecían y daban frutos comestibles; montañas,volcanes, ríos, lagos, y mares. Cada descubrimiento gracias a la imaginación y a una curiosidad casi innata permitió que nuestros antepasados subsistieran en un mundo hostil, donde la única ventaja como especie era la inteligencia.

El hombre adquirió conciencia del mundo material y con ayuda de la imaginación comenzó un proceso creativo que se prolonga hasta nuestros días. El fuego, la agricultura, la rueda, la medicina, el motor de combustión, los viajes espaciales, el Internet: cada invención contiene el conocimiento y la curiosidad de miles de años difundidos a través del tiempo, de la misma forma que la herencia biológica; sin embargo, la comprensión del ser humano sobre la multitud de fenómenos en la realidad es finita, no así la imaginación. A partir de esta premisa, el hombre ha tratado de explicar aquello que escapa de su entendimiento por medio de la creación de seres superiores, dioses que aparecen de forma distinta en todas las culturas alrededor del globo y representan fielmente el mundo material de la civilización en cuestión.

ex machina robot

Ese poderío creativo para relacionar fenómenos con deidades es el mismo que la humanidad utiliza para desarrollar tecnología que ni siquiera se imaginaba hace algunas décadas. Los robots son el mejor ejemplo de ello. A partir de la creación de la primera herramienta, como un palo afilado o un par de piedras, la corporeidad humana encontró extensiones de sí: una vara alargaba el alcance de sus brazos, mientras que un cuchillo mejoraba el filo de sus dientes. Cada sofisticación en las herramientas significó un desarrollo tecnológico que llenaba de potencialidades al hombre. De la misma forma que una palanca potencia la fuerza y una rueda aminora la resistencia entre el piso y su eje, la unión de distintas máquinas funcionando de manera autónoma abre paso a un horizonte poco explorado, pero siempre deseado por el hombre: la inteligencia artificial.

“¿Será que el deseo más grande del hombre, ponerse a la altura de su más grandiosa creación (Dios), lleve implícito también su más grande miedo?”.

Pero, ¿qué ocurre cuando el ser humano desarrolla la suficiente tecnología para crear una máquina con razonamientos complejos, capaz de tomar juicios propios, de competir contra su creador por la supremacía de la Tierra? El tema de un aparato con apariencia humana y funcionamiento autónomo es conocido desde la antigüedad; sin embargo, nunca en la historia se había estado tan cerca de la creación de un androide con inteligencia artificial como en la actualidad.


inteligencia artificial
A mediados del siglo XX, el científico y literato Isaac Asimov escribió los postulados que, de manera general, debían obedecer todos los robots creados por el hombre, concentrándolos en tres reglas sintéticas y mutuamente concordantes, conocidas como leyes de la robótica:

1. Un robot no hará daño a un ser humano ni permitirá que un ser humano sufra daño.

2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto cuando éstas entren en conflicto con la primera ley.

3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esto no entre en conflicto con las dos leyes anteriores.

Un desarrollo de esta naturaleza significa el triunfo del antropocentrismo sobre sus propios miedos y limitantes, aquellos que el mismo ser humano imaginó cuando trató de explicar el brillo de las estrellas y el movimiento de los planetas por medio de seres todopoderosos, o cuando buscó en los cantos y las alabanzas hacia el cielo el motivo de su felicidad. Pero, al crear el mundo según su concepción a través del poderío de la terrenalidad del pensamiento y, polémicamente, levantarse como la conciencia dominante –la única– en la Tierra, ¿qué supone convivir con criaturas creadas por él, con la capacidad de discernir y emitir juicios por ellas mismas? ¿Será que el deseo más grande del hombre, ponerse a la altura de su más grandiosa creación (Dios), lleve implícito también su más grande miedo?